
Sofía (que así se llama la madre de Adriano) la citó al día siguiente a media tarde; la hora del café. Allí estaba Inés a las cinco en punto, impaciente por conocer los motivos de tan repentina prisa.
Pulsó el timbre de la puerta e inmediatamente salió Sofía invitándola a pasar. Tenía ya sobre la mesita una bandeja con todo a punto; sólo falta el café, pero se oía el sonido de la cafetera express terminando.
Pidió disculpa a Inés dirigiéndose a la cocina, mientras ésta se quedó de pie, algo cortada, pero aprovechó el momento para observar cada rincón, muebles, cuadros que había en aquél salón tan lleno de luz, el sol parecía hacer carambola en el mar. Estaba tan ensimismada que casi olvidaba el motivo de aquella visita cuando percibió aquel oloroso y humeante café.
Sofía le ofreció pastas, bombones, azúcar... no encontrando el momento de empezar con aquella conversación, pero debía ir directa al grano para así compartir aquel dolor que le atormentaba desde hacía tanto tiempo.
Reni y Adriano, habían salido a dar un paseo por sugerencia de Sofía, quería ser ella la que explicara todo a Inés.
- Mi hijo –empezó diciendo- hace algunos meses, tuvo que dejar de trabajar por problemas de salud y, después de un largo proceso, le diagnosticaron SIDA.
Inés no comprendía como aquella mujer podía mencionar esa palabra sin horrorizarse.
- Para ti es nuevo –dijo Sofía–, pero yo lo tengo asumido. No es fácil, pero me resigno a lo que ello significa. Desde que lo supe sólo tengo un objetivo: hacer que su vida (la que Dios quiera que sea) la lleve lo más agradable posible. Esto lo hemos hablado los tres y ahora lo llevamos con toda normalidad. El llamarte a ti fue en principio, idea mía; me puse en lugar de una chica joven, en un país que no es el suyo y conviviendo con una persona que tiene limitada su vida. La verdad, entendería cualquier decisión que tomara. Hablé claramente con ella exponiéndole mis pensamientos, incluso le dije que, si pensaba dejarlo, lo hiciera ahora que él no está todavía demasiado... deteriorado, digamos. Pero ella no vaciló ni un segundo en contestarme: “No sólo no lo voy a abandonar; estaré con él hasta el último respiro”. Estas palabras fueron algo grande para mí.
Después de tan clara explicación, a Inés le quedó algo rondándole la cabeza: la palabra SIDA. Ella siempre la tenía asociada a droga y no dudó en preguntarle a Sofía. Ésta pronunció sólo una sílaba: Sí. Ya solamente quedaba esperar a que pasara el tiempo, su hija también estaba metida dentro de ese círculo, pero ni sabía hasta qué punto.