29.8.09

Reni (8ª parte y última)

Cuando a Reni y a Fabián se les pasó aquella cogorza, no sabían ni dónde ir ni qué hacer; no recordaban nada. Iban a salir cuando llegaba Inés que, encolerizada, no se lo pensó dos veces y le soltó tal bofetada a su hija, que cayó al suelo, y a él, cogiéndole por los brazos, le arreó una patada allí donde más podía doler. Esa fue toda su “conversación”. Sólo cuando se disponía a bajar las escaleras, se volvió para decirles:
– Si queréis saber dónde está vuestra hija, preguntad en los Servicios Sociales – y se fue.
Ellos ya sabían lo que eso significaba, tendrían que armarse de valor. Decidieron ir, pero antes deberían tomar una copa, según ellos “les hacía falta” pero, como siempre, después de una, vino la otra y la otra, olvidando lo que habían pensado hacer.
Inés quiso hacerse cargo de la pequeña Sandra pero no se lo permitían ya que tenía a Álvaro. La única solución posible era la rehabilitación de la madre y temía que eso era imposible si su hija no se concienciaba de una vez por todas. Lo más grave era que ni siquiera la dejaban ver, por muchas puertas a las que llamó.
Sandra fue entregada a una familia en régimen de acogida, con derecho a adopción. Cada vez se complicaba más aquella situación, ya que Reni pronto se dio por vencida e Inés legalmente no podía mover absolutamente nada.
Después de muchas súplicas, Inés pudo ver a la pequeña, pero con vigilancia, en el Centro Social y sin darle ningún dato de su paradero.
Así fue como Reni hizo perder todo derecho sobre su hija, abandonando toda lucha por recuperarla y se fue hundiendo cada vez más en el barro.
Un día, muy de mañana, se oyeron sirenas de ambulancias y policías. A Inés, como tantas otras veces, se le oprimió el pecho pero pensó: “Ya empiezan las sirenas, como siempre”. Al rato llamaron a la puerta y, al abrir y ver a un vecino acompañando a un policía, de nuevo su corazón le puso en aviso. La voz de aquél hombre pareció oírla desde el fondo de un pozo:
- Siento tener que darle tan tremenda noticia: Su hija se ha quitado la vida arrojándose por el balcón.
Fue lo último que escuchó antes de desplomarse en el suelo. Al despertar, maldijo una y mil veces los pensamientos que tiempo atrás tuvo en un arrebato de impotencia: “¡Dios mío llévatela y líbrala de todo este sufrimiento o haz que vuelva a ser como era antes¡”. Sus súplicas fueron escuchadas, pero su hija se había ido por el camino más rápido.
Se sentía tremendamente culpable pero, a la vez, aliviada porque lo que tantas veces había intentado, por fin lo consiguió: irse con Adriano, el amor de su vida. Pero... ¡cuánto dolor había dejado tras de sí!
Después de un tiempo, por casualidad, me encontré con Inés en la cola de un banco y estuvimos largo rato hablando del fatal desenlace y de cómo le era imposible quitarse aquél vestido negro; lo intentó mil veces pero fue incapaz.
Entre otras desgracias, le había dado un amago de infarto y, por esos días, estaba en trámites de separación y de la venta del piso.
Según me dijo, quería irse a Alicante. Sería como un borrón y cuenta nueva, algo imposible, pero le hice prometer que la próxima vez que la viera, no llevaría vestido negro. Y así fue, la siguiente llevaba un vestido estampado en tonos marrones.
Desde entonces, hace al menos cuatro años, no he vuelto a verla.

16.8.09

RENI (7ª parte)

Dos días más tarde, Reni se presentó en el hospital con el padre de la niña, firmó el alta y se la llevó. Según le dijeron a Inés, habían alquilado un piso cerca de ella; querían vivir su vida. Alguna tarde los veía pasear desde la terraza donde ella se sentaba a tomar café, otras veces se la llevaban para salir solos por las noches.
Con cinco meses, Sandra era una niña muy despierta y preciosa: ojos azules muy abiertos, melenita rubia y labios rojos que rebosaban salud. Ella la paseaba orgullosa diciendo a todos la nieta tan linda que tenía.
Unos meses más tarde, Inés subió al autobús (siempre acompañaba a Álvaro a los partidos de fútbol) y notó como, al verla, las madres de los otros chicos cambiaban de conversación. Ella, sin pensarlo dos veces, preguntó:
- ¿Qué pasa? ¿Por qué os calláis?
Una de ellas dijo:
- Pues verás, creo que debes saberlo cuanto antes: Anoche estaba tu hija y su compañero, demasiado tarde, con la niña en un bar de copas y no iban muy bien que digamos.
Inés tenía por costumbre salir a la terraza después de cenar a fumarse un cigarrillo. Vió pasar a un joven con un cochecito “Mi Sandra, ¿qué será de ella?”. Llamaron al telefonillo y, como siempre, se sobresaltó:
- ¿Si, quien es?
- Pregunto por Inés ¿Puede bajar por favor?
Al verlo sabía que lo conocía pero no sabía de qué.
- ¿Es usted la madre de Reni? –Preguntó-.
- Si –contestó al tiempo que lloró el bebé y, al mirarlo, se dio cuenta de que era su nieta- ¿Qué pasa?
Era como si su corazón le estuviera avisando de que algo grave se avecinaba. Se acercó a ver aquella criatura, por un momento creyó que su corazón no iba a resistir. Antes de que abriera la boca para preguntar algo, el hombre le dijo que la había encontrado entre dos coches llorando. Al no ver a nadie alrededor, no sabía qué hacer, pero encontró entre unos documentos su dirección; por eso no fue antes a la policía.
- Si, es mi nieta. No se preocupe, me hago cargo. No se como agradecerle su interés... Gracias, muchas gracias.
Cuando aquel hombre se fue, Inés no podía pensar, andar, o decidir qué hacer; quedó inmóvil, como una estatua.
Subió llevando el cochecito, aun sabiendo que aquello le costaría una gran discusión con su marido. “Como si yo fuera la culpable” pensó mientras apretaba a la pequeña contra sí.
Ya sabía que a su hija no tenía que buscarla, cuando no tuviera dinero, aparecería. Así fue, pero antes de lo que imaginaba porque, de madrugada, llamó a la puerta enloquecida:
– ¡Me han quitado a mi hija! –decía, y con sus gritos no oía el llanto que salía de una de las habitaciones.
Después armar un escándalo monstruoso, del que tomaron parte hasta los vecinos, Reni consiguió llevársela nuevamente a seguir su camino; difícil camino a caballo entre los sentimientos de una madre y el poder que ejercía en ella las diversas adiciones: una lucha diaria entre dos mundos.
En varias semanas, nada supieron de ellas, madre e hija, pero Inés dejaba correr el tiempo, que era lo único que podía hacer con algo fuera de su alcance.
Habían pasado dos meses cuando Inés recibió una llamada de Lucía, la asistente social; debía verla urgentemente. No tuvo que esperar demasiado, pero ésta no sabía como decirle el motivo por el que le había hecho llegar. Fue muy directa (para qué andarse por las ramas):
–Inés, han encontrado a tu hija con su compañero y la pequeña, en el parque de Las Acacias a medianoche. Nos llamó la policía para entregarnos a la niña y a ellos los llevaron al retén.
“Después todo es lo mejor que podía pasar” pensó ella, sin saber que esto sería el principio del fin.

10.8.09

RENI (6ª parte)

Llegó a casa con el tiempo justo de hacer pasta antes de que Tomás, su marido, se sentase a la mesa.
Como si fuera un milagro, Reni se pasó una semana sin salir a la calle e Inés pensaba “Quizás un hijo le haga recapacitar y por él cambie de vida”. Era su esperanza. Iba con ella a los médicos y también le acompañó a alcohólicos anónimos, pero veía cómo se iba poniendo nerviosa.
Una tarde que salió a dar un paseo con su sobrino y, al llegar, le dijo a su madre:
– Quiero que el padre de mi hijo se quede a dormir aquí ya que está tirado en la calle.
- ¡Por esa no paso! -le contestó Inés-. En casa ya somos cinco personas; además, no quiero tener en casa alguien que para nosotros es un extraño.
Después de una fuerte discusión se fue sin nada. No volvió aquella noche, ni la siguiente, ni ninguna otra. De vez en cuando les decían haberla visto en tal o cual sitio y el estado en que andaba.
A los siete meses de gestación se presentó en la puerta toda mugrienta, pidiéndole que, por favor, le dejara darse un baño. Esa noche se quedó a dormir y, como siempre, su despertar era un volver a la realidad. Bajó hasta el centro encaminándose hasta los Servicios Sociales. Un tanto entrecortada preguntó por Lucía, la asistenta encargada de drogodependencia. Tuvieron una larga charla y le acompañó al medico, justo en la puerta de enfrente.
Reni comenzó el tratamiento, además de las pruebas (análisis, ecografías, etc...) correspondientes a su embarazo. Iba a ser niña. Esto, unido a saber que estaba bien, le llenó de alegría.
Seguía quedándose en casa de su madre y lo llevaba bastante bien pero, una noche, empezó a sentirse mal. Tras llevarla a urgencias, tuvieron que hospitalizarla porque tenía contracciones y sólo estaba de siete meses y medio. Intentaron retener el parto pero fue inútil, a las veinticuatro horas ya había dado a luz.
La niña, aunque estaba bien, tenía poco peso, 2’100 kg y la dejaron en la incubadora. Para Reni fue una contradicción cuando le dieron el alta y tuvo que dejar a su hija allí (aún le faltaba mes y medio). Al preguntarle el pediatra si quería amamanta a su hija, contestó que no, ya que tendría que ir al menos tres veces al día.
De su compañero nada se supo, tampoco ella lo mencionaba para nada. Sandra, la pequeña, se iba recuperando muy rápido mientras Reni cada vez hacía más espaciadas sus visitas. Al cumplir las cinco semanas, llamaron a Inés para decirle que se la podían llevar a casa. Su hija estaba ilocalizable y, al presentarse ella en el hospital, se negaron a entregársela. ¿Cómo hacerlo, si lleva sin saber nada de ella desde hace una semana?

5.8.09

RENI (5ª parte)

Así, unos días más tranquilos y otros menos, fue pasando el tiempo.
Reni empezó a salir a la calle, como un autómata, deambulando de acá para allá sin percatarse de si era día o noche.
Ella tenía una pequeña paga que a penas le daba para vivir pero quería un poco más de independencia y alquiló un pequeño piso, algo deteriorado, en el casco antiguo.
A Inés le iban llegando rumores de que su hija se relacionaba con gente de no muy buena reputación. A veces la veían llegar totalmente ida, sin poder subir las escaleras de un segundo piso sin ascensor; alcohol, droga... A las preguntas de su madre, siempre la misma respuesta: “¡Quiero irme con él! ¡Lo intento y nunca me sale bien!”. Siempre con la misma idea en la cabeza.
Inés iba todos los días a una cafetería, a primera hora. Una mañana, vio llegar a su hija con un joven, pero ¡de que formas! Pidieron una cerveza y el camarero, al ver el estado en que iban, no les quiso servir, con lo cual montaron un escándalo y tuvo que intervenir la policía.
Así fue como empezó una nueva etapa en la vida de Reni (y, como no, de toda su familia).
En plena madrugada, llamaron al portero automático; un sobresalto más. “Debería estar acostumbrada”, pensó Inés. Era ella la que no acertaba a subir los cuatro escalones que había hasta el ascensor.
Al verla, una mezcla de sentimiento se apoderó de ella; no sabía si darle una bofetada, tirarla a la calle o quién sabe qué otra cosa hacer. En los servicios sociales le habían aconsejado que no le diera cobijo; sería la única forma de que reaccionara pero, ¿qué se puede hacer cuando ves a tu hija llegar en tan lamentable estado? El pelo enmarañado, oliendo a orín y empapada hasta las cejas.
Al día siguiente, cuando Inés se disponía a darle el sermón del “día después” una vez más, Reni le dijo: “Para mamá. Desde ahora puedes estar tranquila, todo se acabó, tengo que cuidarme mucho; estoy embarazada”. Así, como si eso fuera una solución mágica. A Inés le flaqueaban las piernas, no acertaba a quedarse en pie. Abrió su monedero, sacó una diminuta pastilla que se ponía debajo de la lengua y salió dando un gran portazo. Se dirigió donde sabía que estaba su “otra” medicina. Allí donde pensaba que era ella la que manejaba la situación.

1.8.09

RENI (4ª parte)

Después tan largo rato de conversación, entrada la noche, se despidió de Sofía dirigiéndose al hotel, a las afueras de Nápoles. Le apetecía caminar para aclarar las ideas, pero no conocía la ciudad y prefirió tomar un taxi.
Cuando entró en la habitación fue directamente a la cama; sólo deseaba tumbarse, cerrar los ojos y dejar pasar las horas. La vida le había hecho pasar por muchos momento difíciles, éste sólo era uno más. Se tomó un tranquilizante, que ya tenía recetado por su médico.

Así fue como despertó, con los rayos de sol dándole en la cara. Sonó el teléfono. Era Reni, habían quedado para comer los cuatro en un restaurante típico muy conocido.
De camino se iba haciendo una pregunta: ¿Cómo enfrentarme ahora a los dos? Pero, al verles, solas llegaron las respuestas: se abrazaron y les dijo que estaba con ellos para todo.
A los tres días, venía de vuelta, esta vez en autobús; ahora no tenía ninguna prisa y no se podía permitir el lujo de volver en avión. Se le hizo muy largo el viaje, casi todo el tiempo lo pasó con los ojos cerrados, pensando en la situación que dejaba atrás; pensando en todo aquello, por unos días, había olvidado los problemas que ya arrastraba hacía años. Luisa, su hija pequeña, también anduvo con las drogas y, cuando lo supieron los servicios sociales, casi le quitan a su hijo de pocos años. Inés ahora tiene a su nieto en acogida hasta que Luisa salga de un centro de rehabilitación; lleva un año y aún le queda otro, si continúa como va.
Por su mente iba pasando como un torbellino cada vivencia, cual película a cámara rápida, incluido su problema personal que, aunque a ella le duela reconocer, está ahí, como los demás; la ludopatía, que es algo que lleva arrastrando desde hace años y que cada vez que aumentaban los contratiempos se hacía más latente.
Una vez que llegó a la rutina de siempre (aunque con más carga a sus espaldas), los días y los meses seguían, las noticias de Reni, cada vez más desesperanzadoras, hasta que un día llegó el fatal desenlace, Adriano, después de varias semanas en fase terminal, falleció.
Reni continuó unos meses más en casa de Sofía a petición de ésta, además se sentía a gusto haciéndole compañía, pero terminó por cansarse. Hizo una llamada a Inés desde Madrid, diciéndole que estaba en camino.
Aun habiendo pasado más de cinco meses, seguía visiblemente apenada, no salía de su habitación, ni quería hablar con nadie. Al verla en ese estado, Inés quiso sonsacarle e intentar que le diera alguna explicación, a lo que ella respondió: “Tengo que irme con él”. Atónita por aquella respuesta tan inesperada, a Inés se le paralizó todo su cuerpo. A consecuencia de esto tuvieron que llevarla a urgencias.